Identidad es la percepción que cada persona tiene de sí misma. Ésta surge de la relación del Yo con otras personas, que son los referentes a través de los cuales vamos creando nuestra identidad.
Hay dos dimensiones en la identidad: individual y social. La primera tiene que ver con la percepción que tenemos como individualidades, como seres irrepetibles y diferentes a cualquier otro ser humano. La segunda hace alusión a la definición que hacemos de nuestra persona como seres semejantes a otros, pertenecientes a un grupo y diferentes de otras colectividades. La definición que cada persona hace de ella misma como ser individual y social no es algo estático sino que va cambiando a lo largo de su vida.
La autoestima es un sentimiento valorativo de nuestra identidad, de quiénes somos, del conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad, es algo que se construye y reconstruye dentro de cada persona, desde su nacimiento. El periodo de la infancia es clave en el proceso de formación de la autoestima, pero no es determinante, puede modificarse. La autoestima incide en el núcleo de nuestro ser, en la relación con los demás y en nuestra manera de estar en el mundo.
Las personas con autoestima alta tienden a ser más independientes, seguras de sus habilidades e ideas y persistentes en el logro de sus objetivos. Son más autónomas
y creativas.
Un nivel bajo de autoestima iría unido a una mayor dependencia o sumisión ante los demás y miedo o indefensión ante la incertidumbre. Lleva a la persona a desistir antes en sus intentos de superación, desembocando más fácilmente en sentimientos de frustración.
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